Siempre hay que recordar que la Navidad igual, es otra cosa...
Pepe Alonso solía contar sus postales apócrifas para felicitarnos y recordarnos otra Navidad:
«El hecho de que el ser humano sea capaz de acción significa que cabe esperarse de él lo inesperado, que es capaz de realizar lo que es infinitamente improbable. Y una vez más, esto es posible debido sólo a que cada ser humano es único, de tal manera que con cada nacimiento entre algo singularmente nuevo en el mundo.»
(Arendt, Hannah: La condición humana. Barcelona. Paidos, 2007, p. 207)
“Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva»”.
“Hay que estar atentos- decía en el mismo escrito- para leer los dinamismos y los signos del Espíritu”.Rememoremos y recordemos, sin más, las palabras del amigo Pepe.
“A Jesús le pregunta el escriba quien es su prójimo y él le contesta diciéndole cómo te haces prójimo. “¿quién es mi prójimo?... cuál de estos tres te parece que se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos” (Lc 10). El prójimo no es el otro con el que entro o no entro en relación. Desde esa perspectiva hay que hacer la lista de los que sí y los que no. Eso hacían los judíos de la época de Jesús y excluían entre ellos a los samaritanos. Yo me hago prójimo en la medida que me acerco al otro “sea quien sea”, a partir de sus llamadas hechas de mil maneras, explícitas o implícitas, simbólicas o reales. Podríamos decir que es el otro el que me hace prójimo y así me constituye persona moral, persona humana. Éste es el mensaje presente en la aportación judeocristiana: el ser humano se hace persona respondiendo a la llamada del otro. La experiencia del dolor humano tiene la gran riqueza de investir como prójimos a los que le rodean, si quieren abrir el corazón y dejar que sus entrañas se conmuevan. Se suele notar en la vida cotidiana que aquellos que han vivido cerca del sufrimiento tienen una sensibilidad especial. Nuestra vida se ha de situar desde esta perspectiva evangélica, al estar permanente a la escucha de los otros/as, los cercanos, los lejanos, individuos o colectivos. Esa tarea nos hace de verdad seres humanos y miembros de la gran familia. Hemos de ver nuestro trabajo no como un añadido a nuestra vida, una especie de elemento que se quita y se pone, sino considerar que en ello, vivido así, nos vamos convirtiendo en responsables de los otros, aproximándonos, y por lo tanto personalizándonos. Nos hacemos hermanos, hijos y construimos la familia de Dios Padre”.
“En el ejercicio de la profesión hay una dimensión individual de conciencia y de tarea diaria, de trato personal con los usuarios, que hemos tratado en otras aportaciones y encuentros más exhaustivamente. Pero hay otra dimensión que cada vez se hace más necesaria. La llamaríamos, en el más noble de los sentidos de la palabra, “politización de la profesión”. La profesión ha de ser un elemento de cambio y transformación de los sectores donde se ubica y de cara al proyecto global de humanidad al que aspiramos. Los profesionales y sus organizaciones han estado durante tiempo desprovistos de esta dimensión política. Hablamos en el sentido de que se considerase esta tarea no como algo venido desde instancias exteriores, sino desde la misma entidad de cada profesión. Es necesario unir y sintetizar la ética personal de un trabajo bien ejecutado en el quehacer cotidiano y una ética política o social de compromiso con las estructuras deshumanizadoras de nuestro mundo, de tal manera que se vayan aunando progresivamente todos los elementos dinámicos nacidos en cualquiera de los sectores, pero animados por el proyecto común de cambiar desde las raíces la sociedad que vivimos. […]Es necesario unir al samaritano, que acude a la persona concreta llevado desde entrañas de compasión, con el posadero, que ofrece estructuras o pautas organizadas para dar respuesta, y que se una a un llamamiento al levita y al sacerdote para hacer, no sólo una terapia sobre los males, sino conseguir que el camino de los crímenes desaparezca y sobren las cunetas”
“Es necesario unir al samaritano, que acude a la persona concreta llevado desde entrañas de compasión, con el posadero, que ofrece estructuras o pautas organizadas para dar respuesta, y que se una a un llamamiento al levita y al sacerdote para hacer, no sólo una terapia sobre los males, sino conseguir que el camino de los crímenes desaparezca y sobren las cunetas”