CRISIS,
VALORES, CONCIENCIA
Pedro
González de la Fe*
Como
se afirma en Pigem (2011:66-9), aunque había otras crisis como la ecológica,
desde mucho antes, en otoño del año 2008 la economía global se declaró en
“crisis”. Estas dos crisis, la económica y la ecológica, de las que no hemos
salido, no son fenómenos independientes, sino que forman parte de una crisis
sistémica multidimensional, que en el fondo remite a una crisis de
civilización. A un nivel más profundo, la crisis nos invita a replantear
nuestra relación con el resto de la humanidad y con el resto de la biosfera.
Nos
encontramos ante un cambio global en la biosfera, cuya dimensión más conocida
es el cambio climático, pero también ante el denominado “pico del petróleo”; es
decir, el momento en el cual probablemente se ha alcanzado el punto de
extracción máxima de este recurso energético del que nuestra civilización es
tan crucialmente dependiente. La biodiversidad disminuye a un ritmo
escalofriante y se han liberados miles de nuevos productos químicos al entorno,
desconociendo los efectos de los también liberados organismos genéticamente
modificados.
Todo
ello se da en un mundo profundamente desigual, en el que los países centrales
(los más ricos) son los grandes devoradores de los recursos minerales y
energéticos del planeta, habiéndose especializado las periferias (los países
pobres) en el suministro de recursos al centro, expulsión masiva de población y
en almacén y vertedero de residuos.
Como
se señala en Herrero (2010:27), la diversidad de dimensiones y la complejidad
de riesgos que plantea la crisis actual son tales, que se trata de una crisis
de civilización y se plantea con urgencia un cambio de paradigma civilizatorio
para poder afrontarla. Es una crisis global porque afecta tanto a los modos de
producir, distribuir y consumir como a la propia reproducción social y a los
valores y actitudes de las personas e instituciones que sostienen el sistema.
Estos
cambios de valores y actitudes y de “paradigma civilizatorio” resultan
centrales en el tiempo histórico que nos ha tocado vivir, habiendo aprendido
del pasado siglo XX que la diferencia entre un socialismo ineficaz y un
capitalismo injusto puede ser menor de lo que parece (De Sousa Santos, 34). Después
de tantos fracasos históricos de construir una sociedad no capitalista, y de
sus terribles consecuencias, hemos aprendido que, como afirma Villalba
(2011:219), la mera transformación de las estructuras económicas y políticas,
sin la imprescindible transformación de los individuos, solo conduce a cambios
de decorados. Para el mencionado autor, “las revoluciones sociales que han
priorizado la transformación de los marcos políticos y económicos
exclusivamente han terminado en fracaso.”
Sin
embargo, centrarse en exclusiva en procesos de transformación individual y de
crecimiento personal, desentendiéndose del contexto social y medioambiental del
que formamos parte, reduce y limita seriamente dicha transformación y
crecimiento. En realidad ambos aspectos, personal y social, son inseparables. Como
dice Pigem (2011:74), el verdadero bienestar no depende de la continua
acumulación de posesiones materiales, sino de desarrollar una vida llena de
sentido en un contexto social
cooperativo y en armonía con un entorno natural que mantenga su
integridad.
Esta
vida llena de sentido viene motivada por nuestra naturaleza humana; y para
armonizar el contexto económico social con esta naturaleza de seres impulsados
a gozar de una vida plena, es necesario que toda la producción de bienes
materiales y las formas de distribución y cambio inherentes a la misma deban
estar al servicio del desarrollo de esta singularidad humana (corporal,
psicológica y espiritual).
Por
último, la principal facultad del ser humano es su conciencia y, como se dice
en VV.AA. (2012:71), la conciencia es la que nos enseña a situarnos en nuestro
entorno y a hacernos preguntas sobre los fines de nuestra existencia. Cuando la
conciencia nos permite ver el papel que jugamos en la trama de la existencia, y
a sentirnos formando parte de un todo interdependiente con el resto de los
seres vivos, es cuando surgen las preguntas sobre el sentido ético del
conocimiento social.
* Doctor en Ciencias Económicas.Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
REFERENCIAS:
Cervantes, C. (ed.) (2011): Espiritualidad y política, Kairós, Barcelona.
De Sousa Santos, B.: “¿Por qué Cuba se ha vuelto un
problema difícil para la izquierda”, en El
Viejo Topo, pp. 29-37.
Herrero, Y. (2010): “Vivir bien con menos: ajustarse
a los límites físicos con criterios de justicia”, en Viento Sur, nº 108, febrero 2010, p. 27.
Pigem, J. (2011): “Un mundo nuevo quiere nacer”, en
Cervantes, C. (ed.) (2011), pp. 67-105.
VV.AA. (2012): Conversaciones.
Cadena de entrevistas. Cinco diálogos sobre la condición humana y la sociedad
actual”, Plataforma Editorial, Barcelona.
Villalba, D. (2011): “Trascendencia e inmanencia
respecto a los asuntos públicos”, en Cervantes, C. (ed.) (2011), pp. 205-224.